Los vasco-españoles son de dos clases: los vasco-españoles de la Comunidad Autónoma del País Vasco y los Vasco-españoles de Nafarroa. Estos vasco-españoles pueden también estar adscritos a diferentes partidos políticos. Los vasco-españoles tienen también su historia. Antes se les denominaba oñacinos a los vasco-españoles de las Provincias Vascongadas y beaumonteses a los vasco-españoles del reino de Navarra conquistado por las tropas del duque de Alba y del conde de Lerín.
Desde la conquista del reino de Navarra en 1512 (por no llegar hasta la fecha de 1200 y la asimilación de Gipuzkoa por Alfonso VIII) se ha dado un lento proceso de asimilación forzada de los vencidos a la cultura y la política del vencedor castellano, auxiliado éste por la maquinaria primero inquisitorial y últimamente de la Audiencia Nacional y otros tribunales al servicio del poder.
Los vasco-españoles han intentado ser a la vez españoles y vascos, convivir con el colonizador y el colonizado, con el opresor y el oprimido, conjugando niveles de cultura diferentes pero compartidos, sintiéndose al unísono partícipes de una forma de actuar imperante y dominante en España, pero a la vez no renunciando a unas formas de vida social de barrio, de calle o de sociedad gastronómica.
Ha sido la contradicción vital de sentirse por una parte arrinconados, poco valorados, aun perseguidos por maketos; más aún, víctimas de la violencia en su propia tierra española, pero a la vez colaborando y aceptando todas las formas de presión y adoctrinamiento que llegaban más allá del Ebro o del Adour. Despreciando con superioridad española a los caseros vascos, pero a la vez añorando esas formas de expresión, esos dichos, esos refranes y esas formas de vida que se traslucen en el hablar, en esa literatura y formas de cultura crípticas como es la del bertsolari, o no captando todas las alusiones que las formas clandestinas con las que se comunican los miembros de las cuadrillas cuando se sienten no espiadas en las sociedades gastronómicas o en las caminatas de los mendigozales.
Pero los vasco-españoles nunca se han asimilado del todo a la tierra en la que viven y no se han denominado españoles, sino vasco-españoles. Siempre les ha quedado una sintonía con la idiosincrasia vasca. Estos vasco-españoles han vivido durante generaciones con una mezcla de sentimientos encontrados y de valores e intereses contrapuestos. Se les exigía ser españoles, pero ellos querían ser vasco-españoles. La riqueza de la cultura española quedaría manca y aun huérfana si algunos de los autores vasco-españoles quedaran borrados del mapa o fueran asimilados únicamente como españoles. Lo que nunca permitirían, sin embargo, es que se les identificara con el ser sólo vascos, porque palpan en ellos la contradicción de hablar contra el enemigo en el idioma del enemigo y utilizar para su supervivencia los resortes que han establecido para su aniquilación. A los vasco-españoles no les interesa esa cultura popular vasca que se expresa a ras de caserío, de camino y de calle. No han entrado en contacto con esas curanderas y matronas, con esos dichos y refranes, con esas conjuras y males de ojo, con esas leyendas y tradiciones, esas cuitas trasvasadas entre generaciones de abuela a madre y de madre a hija o de abuelos a jóvenes. Han aprendido la historia de los vascos a través de historiadores españoles, pero no han entrado a valorar esos relatos carlistas, esos sucesos de la persecución franquista tras la guerra civil, esos espionajes de calle, esos rumores de policías secretas españoles que se hacen pasar por vascos de caserío o por pseudoetarras. Los vasco-españoles toman vinos en las tabernas y casas del pueblo, saben descorchar unas sidras o unos chacolís, pero las conversaciones que sostienen son muy diferentes de las que se cruzan en los batzokis o en las herriko tabernas. Los vasco-españoles deben vivir una doble vida más enriquecedora. Por un lado se incardinan en los festejos, romerías, clubes y sociedades gastronómicas de los vascos y por otra celebran en la casa del pueblo las fiestas españolas con sus himnos y símbolos. Y las alusiones a sucesos cotidianos son igualmente dispares. Porque el vasco-español oye unas radios y lee unos periódicos diferentes a los medios de comunicación de los que se alimentan los vascos. Los vasco-españoles se nutren de las noticias de los medios españoles y antivascos, mientras que los vascos, aunque oyen otras radios y leen otros periódicos, acuden también a los medios de comunicación mayoritarios con la idea subliminal de la comparación y con la sana intención política de captar chascarrillos con los que confeccionar el personal cocidito madrileño. Los vasco-españoles conservan su personalidad social a través de las generaciones con el nombre puesto a sus hijos, con los amuletos y adornos que llevan las mujeres y los jóvenes, con los viajes de vacaciones que tienen como destino el pueblo castellano, extremeño o andaluz de sus antepasados.
Por presión de los vasco-españoles las fuentes cronísticas y literarias propias de los vascos, como las expresadas en lengua euskérica o navarra, se han visto acorraladas en su geografía, en su enseñanza y en su locución. Los escritos de los vasco-españoles han sido textos híbridos, anfibios, que pretendían servir a dos señores entre sí incompatibles pero de cuya política viven.
Las estrategias de supervivencia de las que echó mano el pueblo vasco frente a los españoles y los vasco-españoles fueron estrictamente sociales, aunque a veces han llegado a la violencia armada. Por parte del vencedor vasco-español las manifestaciones crípticas desarrolladas por matronas y curanderas fueron represaliadas al ser tildadas de brujas y ajusticiadas en las hogueras de Logroño a manos de los tribunales inquisitoriales y en nuestros días fueron tildadas de ser el «entorno de ETA» y por la misma razón han sido juzgadas y condenadas a la cárcel. Y dejando bien claro que tanto la Inquisición como la Audiencia han sido y son legales, más aún las más altas instancias de la Judicatura de España.
Cuando unos partidos vasco-españoles toman las riendas del mando no tienen más remedio que admitir consignas, métodos y formas españolas que son las propias de la opción de sus propios partidos, pero que a la hora de aplicarlas constatan que son extrañas a la masa social vasca. Hay un chirriar de acciones que impide una simbiosis natural. Les pasa lo mismo que a las mujeres empresarias. La mujer que ha estado siempre subyugada, cuando con gran esfuerzo llega a los controles del poder, no sabe expresar con formas propias femeninas sus dotes de mando y asume formas y comportamientos de mando varoniles -si no son machistas- que siempre había aborrecido. Así como es difícil ser mujer en el mando y no caer en estereotipos masculinos, del mismo modo al vasco-español le resulta difícil mandar sin enfundarse en modelos y estereotipos españoles. Pero los vasco-españoles no quieren ser sólo españoles.
Los españoles expulsaron a los moriscos hace dos siglos. Los vasco-españoles se han unido hoy día para la toma del poder y esperan, como tras la conquista de Granada, la conversión forzosa al ser español o el regurgitar críptico. Con la toma de poder en Euskadi y en Nafarroa los vasco-españoles han dado un cambio que ha sido notorio desde el primer día no en la sociedad, sino en los medios de comunicación españoles, que han acogido y acunado el proclamado cambio.
Los vasco-españoles no quieren hablar de un patriotismo nacionalista vasco, sino que nos ponen delante de los ojos un patriotismo constitucional, un imperio del derecho y de las leyes derivadas del mismo, del patriotismo del ciudadano que se somete a unos derechos y leyes universales. Son contrarios a la concesión a los vascos de la soberanía porque «la soberanía es un principio antidemocrático en la medida en que significa poder absoluto e ilimitado y que es aceptable en democracia sólo en cuanto renuncia a ser soberano sometiéndose al derecho y a la ley». Impulsan la democracia como patriotismo constitucional, como espacio abierto del ciudadano. «El patriotismo constitucional es lo que constituye la base de lo que han firmado PSE y PP». Pero lo que ha dejado de decirnos este prolífico vasco-español es que esta Constitución y su interpretación rezuman «un sentido de pertenencia basado en la descendencia común cultural y étnica que se traduce en una cultura de ciudadanía», pero que no olvida los instrumentos policiales, parlamentarios y judiciales que esa Constitución declara en su articulado como necesarios para hacer valer la interpretación española que se dio en la misma Constitución. Finalmente, los vasco-españoles proponen una democracia basada en principios constitucionales que sólo los españoles redactaron, interpretan e imponen. Para los vasco-españoles la única patria es el conjunto conformado por el derecho, las leyes y los principios constitucionales, siempre que sean los españoles los que lo conciban, las promulguen y los ejecuten.
José Luis Orella Unzué Catedrático senior de Universidad
Hermelindo Alberti
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