Por
Eduardo J. Ruiz Vieytez, profesor de Derecho Constitucional en la
Universidad de Deusto
Cuando se analiza el conflicto vasco en clave comparada, es habitual tomar el caso de Irlanda del Norte como referencia principal. Sin embargo, el caso norirlandés está más alejado de nuestra realidad política que otras situaciones conflictivas. Lo que sin duda distorsiona el análisis comparativo es el hecho de que tanto en
Euskadi como en Irlanda del Norte concurra el elemento de la violencia. Pero más allá de tan desgraciada coincidencia, son muchas las diferencias en la comparación política de ambos casos. La nuestra no es desde luego una sociedad radicalmente dividida en comunidades definidas a priori, entre las cuales el ciudadano apenas tiene posibilidad de optar, como sucede en Irlanda del Norte, Chipre o Bosnia-Herzegovina.
Por el contrario, desde un análisis meramente político, nuestras divergencias aluden en lo fundamental a repartos de soberanía. La discusión de fondo consiste básicamente en la delimitación del ámbito en el que se deben aplicar los principios democráticos; entre quienes lo identifican con el Estado y las posiciones soberanistas que defienden un ámbito de decisión diferente. En este marco, nuestro conflicto político se corresponde mejor con los que se viven en rincones como Escocia, Quebec, las Islas Feroe o, hasta hace poco tiempo, Montenegro.
Las elecciones recientemente celebradas en Escocia han puesto por unos días a este país en el escaparate político, lo que nos permite sugerir una breve reflexión sobre lo que nos asemeja y diferencia de aquella
situación. Para empezar, debe apuntarse que allí el soberanismo plantea con más claridad (y seguramente más convicción) la idea de la independencia. Éste no es un debate nuevo en Escocia, pero en esta
ocasión la cuestión ha saltado con fuerza a la actualidad. El Partido Nacional Escocés (SNP) ha acudido a las elecciones con un brillante líder y con un manifiesto en el que, además de propugnar la independencia sin tapujos, se incluye la celebración de un referéndum sobre la cuestión en el plazo de tres años. Y con este mensaje en su programa, el SNP se ha convertido en la fuerza más numerosa del Parlamento de Edimburgo por primera vez en la historia.
Pero, a pesar del resultado electoral, las condiciones actuales para formar gobierno se antojan muy complicadas para el SNP, por cuanto los liberales se niegan a apoyar precisamente la organización del
referéndum anunciado. Ello puede conducir a la formación de un gobierno minoritario o a la renuncia al plebiscito, al menos a corto plazo. Por otro lado, erraríamos nuestro análisis si pensáramos que la expresión electoral del independentismo escocés ha obtenido un considerable aumento. Si bien es claro el éxito del SNP, no es menos cierto que otras dos fuerzas soberanistas, el Partido Socialista Escocés y los Verdes, han experimentado severos descensos. Al mismo tiempo, ni todo el voto al SNP implica necesariamente una posición soberanista, ni todo el independentismo se refugia en el SNP, puesto que diversos estudios demuestran una presencia significativa de independentistas en el electorado laborista y en otras formaciones.
En todo caso, las elecciones han servido para llevar el debate soberanista a la actualidad británica. En este sentido, y por comparación con nuestra situación política, es de destacar la madurez democrática con la que se aborda este debate en el Reino Unido, tanto en lo que se refiere a los discursos partidarios (a favor o en contra) como en los medios de comunicación. Aquél gira sustancialmente en torno a la conveniencia o inconveniencia de la opción soberanista, o a su oportunidad, pero no a su legitimidad, ni se atasca en la
demonización de las propuestas políticas de los respectivos adversarios.
Al mismo tiempo, la 'venta política' del soberanismo se realiza en clave estimulante y positiva. En la página web del SNP la propuesta de independencia se presenta de manera ciertamente atractiva, poniendo el
acento en las ventajas sociales y económicas que la misma (supuestamente) comportaría, explicándose los pasos a seguir, las consecuencias en la vida de los ciudadanos, en sus ahorros, en sus servicios sociales, etcétera. Todo ello en un manifiesto que se puede leer no sólo en inglés y gaélico, sino también en polaco, urdu y cantonés, en un claro síntoma de soberanismo cívico, moderno e inclusivo.
Esto no obstante, resulta poco probable que la mayoría de los escoceses se pronunciaran hoy a favor de una opción independentista. Sin embargo, es claro también que dicha opción ha ganado adeptos en los últimos diez años y que ya no resulta totalmente descartable en un escenario futuro. En todo caso, lo más relevante es comprobar si se planteará en la práctica un referéndum al estilo quebequés, legitimando así la expresión democrática de la autodeterminación, con la aceptación más o menos tácita del resto del Reino Unido.
Qué elementos del ejemplo escocés pueden servir de referencia positiva para una situación conflictiva como la vasca? Sabiendo de antemano que toda comparación exige relativizar las diferencias existentes, podríamos plantear cuatro ventajas comparativas del 'conflicto escocés' que, con inteligencia y voluntad política de unos y otros, podrían ser incorporadas a nuestra realidad, correspondiendo cada una de ellas a sendas concesiones de sectores políticos diferentes:
1. En Escocia no concurre un conflicto sobre la propia definición de país, ni sobre el territorio que lo conforma. En este sentido, de cara un hipotético referendo, Escocia se halla en una posición más
aceptable que aquellos casos en los que el propio territorio afectado está sometido a discusión, como sucede en Euskadi o en Flandes. La política internacional exige dirimir las cuestiones territoriales
antes de acometer cualquier proceso que pueda afectar a marcos políticos. En el caso vasco, esto obliga a predefinir el espacio en el que podría discutirse la cuestión de una eventual consulta popular.
2. Una segunda ventaja para Escocia consiste en el hecho de que la realidad plurinacional del Reino Unido está aceptada socialmente, algo lejos de suceder en España. Y debe advertirse que ello se produce en
un país con una estructura política más unitaria que la española. En este sentido, el reconocimiento de que existe una dosis de pluralidad nacional en el Estado (mayor o menor según la percepción de unos y
otros, pero real al fin y al cabo) supondría un avance político sin precedentes que ayudaría a suavizar tensiones y admitir soluciones políticas más flexibles que las actuales.
3. Jurídicamente hablando, Escocia dispone hoy en día de un autogobierno que resulta claramente inferior al de la Comunidad Autónoma Vasca. Sin embargo, en clave política es muy relevante considerar que Escocia disfruta de considerables elementos propios de identidad y de una representatividad internacional especifica en determinados ámbitos (deportivos, culturales) que le permiten una singularidad de la que no goza ninguna comunidad autónoma. Esta identidad propia, que no deriva tanto de un estatuto de autonomía sino de elementos como la presencia diferenciada en un mundial de fútbol, de una iglesia nacional o de la impresión diferenciada de papel moneda, ayuda a satisfacer las demandas de reconocimiento de muchos escoceses, sin necesidad de incorporarlas al marco jurídico. Este tipo de soluciones más mediáticas y afectivas que jurídicas son muy satisfactorias en clave política y juegan como contrapeso de otras demandas que son más difícilmente aceptables para un Estado. Posibilidades de este orden podrían resultar muy útiles en el caso español para acomodar las demandas de reconocimiento externo de algunas comunidades autónomas.
4. Por último, y por supuesto, en Escocia no hay violencia. Todos sabemos que el apoyo expreso o tácito a la violencia en nuestra sociedad es muy minoritario, pero la persistencia de la misma o su amenaza condiciona sustancialmente el debate político. No está en absoluto demostrado que en ausencia de violencia el debate político sobre las soberanías pudiera ser entre nosotros tan civilizado como lo es en Canadá o Reino Unido, pero no cabe duda ninguna de que su existencia, además de suponer una vulneración de los principios éticos básicos de convivencia, contamina negativamente a todas las opciones políticas. Y en esto, desgraciadamente, todos nos llevan mucha ventaja. Incluso los irlandeses.
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